Tras los tambores y bombos, los putuntunes son el elemento más distintivo y reconocible de la Semana Santa de Calanda. A pesar de que siempre han formado parte de la Cofradía del Santísimo, todo calandino tiene un sentimiento muy arraigado de propiedad sobre la guardia romana.

En la actualidad no es de extrañar este vínculo, la mayoría de los varones han formado parte de ella desde que en 1973 se tomara la acertada decisión de que fueran los quintos del pueblo quienes la integraran. Este cambio fue obligado ante la imposibilidad de continuar las personas que tantos años llevaban representando estos personajes y no encontrarse otras dispuestas a reemplazarlas.

Este afecto de los calandinos hacia los putuntunes no es algo moderno. Es muy conocida la reacción que tuvo la población al conocer la venta de la antigua armadura del Longinos en 1888, aquella que por tradición había donado el rey Felipe IV a Miguel Pellicer, protagonista del Milagro. Este hecho nos ha llegado por los relatos de nuestros abuelos, rememorado por el Padre Mindán en Recuerdos de mi niñez y que Mosén Vicente Allaneguí detalló en sus Apúntes Históricos sobre la Historia de Calanda.

Como nos cuenta Mosén Vicente, la Cofradía del Santísimo tomó la decisión de venderla, aunque no por unanimidad. Antiguos cofrades contaron a Miguel Portoles cuando aún era joven, como Tomás Marco y Romualdo Aznar estuvieron en contra por el uso que se iba a dar a los ingresos obtenidos. Ambos deseaban que, una vez saneada la Cofradía, lo restante se destinara a obras sociales y no para otros fines como finalmente se hizo: adquirir un palio, un sepulcro, otra armadura y arreglar el traje del centurión, gastando 1.518 pesetas de las 2.000 que se obtuvieron por la venta.

Todo el siglo XIX es un cumulo de guerras, epidemias y desastres climáticos que derivaron en momentos muy duros para los calandinos. Con la propiedad de la tierra cada vez más concentrada en menos manos y la industria estancada, fueron aumentando las desigualdades entre los vecinos. Cuando se  produce la venta, tan sólo hacía tres años que habían soportado la peor epidemia recordada en Calanda, con 499 personas muertas en un solo año. Aun sí, la gente no se sublevó por el destino del beneficio obtenido, sino porque se llevaban la armadura, la que desde pequeños habían visto hacer las ceremonias del Jueves Santo, procesionando y representando la riña el Sábado Santo, esa que les unía afectivamente a Miguel Pellicer.

Furibunda debió de ser la reacción de la gente, teniendo que ser sacada la armadura a escondidas por la noche y escoltada por la guardia civil, apoyada por refuerzos enviados de otras poblaciones como Alcañiz y Alcorisa. Sin duda, los vecinos sentían que se llevaban algo suyo, el dinero no importaba.

Existe otra noticia algo más antigua, pero menos conocida que la anterior, donde vemos el enorme vínculo creado entre calandinos y putuntunes. En 1864, la Cofradía decide renovar todo el vestuario de la guardia siguiendo la moda venida desde Zaragoza, abandonando los trajes militares de época y sustituyéndolos por otros que simularan los de época romana.

Se compran 15 equipaciones completas (trajes, coraza, casco y barba) con sus bordeguines (botas), además de tres machetes (tipo de espada) para los capitanes y una casaca para el personaje del tambor. El coste estaba muy por encima de lo que la Cofradía podía soportar, lejos quedaba su pudiente economía perdida tras la desamortización de Godoy en 1800 y la guerra de la Independencia. Según los datos aportados por Mosén Vicente, el coste de la compra ascendía a 2.763 reales, y eso que no se adquirió toda la equipación como en otros pueblos, descartando incluir los escudos y manteniendo las antiguas alabardas en vez de cambiarlas por lanzas.

Para poder hacer frente al elevado coste se volcó todo el pueblo. Se realizó una suscripción (donaciones en dinero) con las que recaudaron 1.142 reales pero, al ser muchas las personas que no se podían permitir aportaciones monetarias, se utilizó también la misma fórmula que durante siglos ha permitido mantener el Pilar: una llega (colecta). Con este sistema, cada calandino podía aportar dentro de sus posibilidades. No se tienen noticias de cuánto se recogió en la llega (aceite, trigo u otros productos) ni cuánto se obtuvo una vez vendido. Con ambos métodos de recaudación se permitió la participación de todos los calandinos sin importar las clases sociales. La renovación implicó a todo el pueblo como se aprecia en la llega, acompañada por todas las autoridades tanto civiles como eclesiásticas.

Estos dos episodios demuestran el importante vínculo emocional que ha existido a lo largo de los siglos entre calandinos y guardia romana, cuyo origen se puede establecer prácticamente desde sus inicios como consecuencia de dos aspectos. Primero, por las personas que siempre la han integrado: generalmente gentes del pueblo que no estaban entre los 30 hermanos electos de la Cofradía, tal y como ahora ocurre con los quintos. Segundo, la propia idiosincrasia de la Hermandad: en 1584 cuando se fundó, había tan pocos cristianos viejos en Calanda que se consideró a todo el pueblo como integrante de la Cofradía de la que se extraían 30 voluntarios para gestionarla. Por lo tanto, la Cofradía siempre ha sido el pueblo y sus pertenencias, como los putuntunes, los calandinos las han considerado suyas. 

La cofradía del Santísimo en la sesión del día 25 de marzo del año 1888 presidida por el prior eclesiástico R.P. fray Manuel González acordó con los votos en contra de los electos Tomás Marco y Romualdo Aznar la venta del traje de Longinos por la cantidad de 2.000 pesetas y que con este dinero se comprase otra armadura que costó 125 pesetas y que se arreglase el traje de centurión que costó 60 pesetas. Con el dinero sobrante se compró en Valencia un palio para los días de 1ª clase que costó 3.835 reales y el sepulcro construido en Tortosa que costó 375 pesetas. Después de firmado el contrato, al enterarse el pueblo se opuso a la venta teniendo que acudir las fuerzas de la Guardia Civil de Alcañiz, Alcorisa y otros puestos para evitar desórdenes. El comprador salió por la noche con el traje custodiado por la fuerza armada.
Apuntes históricos sobre la Historia de Calanda. Mosén Vicente Allanegui. Pág 195
En el año 1864 se acuerda el cambio de trajes que son los que hoy se usan, según lo siguiente, quince corazas y quince cascos, 1.310 reales. Tres machetes para los capitanes, 15 reales. Los trajes, 1.240 reales. Quince barbas, 100 reales. Los bordeguines, 50 reales. La casaca del tambor, 48 reales. Las alabardas se pintaron, siendo las que hoy se usan las antiguas. Se recogió por suscripción 1.142 reales haciéndose además una llega con el pueblo con asistencia del clero y Ayuntamiento. Lo que faltó se pagó de fondos de la cofradía.
Apuntes históricos sobre la Historia de Calanda. Mosén Vicente Allanegui. Pág 196
Abril 2022